Un calor sofocante se había apoderado aquellos días de la ciudad, las calles se hallaban solitarias, los parterres de flores yacían mustios, las paredes sudaban y se desconchaban, y el asfalto ardía provocando un falso oasis en el lugar donde se posaban las miradas. Tórrido, abrasador, eran las palabras más acertadas para describir aquel panorama.
Las llamas no perdonaban a las almas, que escondidas en sus casas esperaban el crepúsculo, donde la suave brisa nocturna aliviaría su profunda sed. Luego llegaba la noche, precedida por la Luna. Esa Luna que amenazaba a todo ser vivo desde el firmamento, agresiva, aplastante; todo se veía pequeño a su lado, y las objetos adquirían un extraño brillo anaranjado, cuando no directamente sangriento.
Sigue escribiendo que espero con ganas el segundo capítulo
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