miércoles, 9 de marzo de 2011

Capítulo 2

(Unos meses antes...)

Romina miraba ceñuda a través de la ventana, había sido un día largo y estaba deseando llegar a casa para poder relajarse un poco y darse una ducha bien fría. Empezaba a anochecer, a esa hora se encontraba sola en la oficina, todo era suyo y nadie la molestaba. Mientras hacía las últimas llamadas del día, percibió vagamente el sonido de las ambulancias al pasar a unas cuantas calles de distancia, pero no le dio mayor importancia y siguió con su trabajo. Fue mientras hablaba con un cliente cuando la línea enmudeció.

- Como le iba diciendo, los cursos que le ofrecemos son gratuitos, estan financiados por la Seguridad Social y además se imparten  a distancia para su mayor comodidad. ¿Le vendría bien que nuestra comercial se pasara un día por su empresa para llevarle el catalogo e informarle mejor?

- De acuerdo, sin ningún problema. ¿Podría venir el martes entonces? A las...

- Oiga ¿se encuentra ahí? - La única respuesta fue el silencio-. Qué raro pensó Romina-.

Acto seguido volvió a intentar contactar con el cliente pero le fue imposible, como consecuencia colgó el teléfono con fuerza dedicándole durante segundos una profunda mirada de frustración.

- Vaya por Dios -pensó- menudo día tengo!

Dándose cuenta de que ya era muy tarde empezó a recoger  sus cosas con rapidez, para así poder llegar lo más pronto posible a casa. Por supuesto, no quería que Clara, su compañera de piso, se molestara por no haber hecho la cena ese viernes, tal y como habían quedado la noche anterior.

Apagó el aire acondicionado, agarró el bolso, cerró el negocio y empezó a caminar hacia su bloque de apartamentos, a unos diez minutos de camino. Mientras, su mente divagaba entre hacer un poco de pasta fría o recurrir a las fajitas mexicanas que tanto le gustaban. 


De repente se dio cuenta de que en todo lo que llevaba de camino no se había cruzado con ningún peatón, ni siquiera con un automóvil, le pareció extraño, pero siguió por su camino.

La noche era fresca para encontrarse justo a comienzos de verano, no obstante, Romina dejó que la suave brisa alborotara su rubio cabello, casi siempre recogido en un moño o en una coleta improvisada, permitiendo que el viento lo tomara en pequeños mechones. No pudo evitar sentirse más viva que nunca al pensar en los días estivales que se avecinaban.

Caminaba absorta escuchando el canto de los grillos cuando estos, entonaron su más profundo silencio. Se estremeció al sentir un par de pies arrastrándose a su espalda. Todas sus terminaciones nerviosas la empujaron a darse la vuelta rápidamente, topándose de bruces con un individuo corpulento, de mediana edad, el cual desprendía un olor empalagoso, casi dulzón. Su primer instinto fue buscar su mirada, pero se sorprendió a sí misma al no encontrarse reflejada en aquellos ojos opacos y sin vida alguna que se encontraban a tan poca distancia de su rostro. De aquella boca casi desdentada manaban secreciones de extraña procedencia mientras que de las profundidades de su diafragma empezaba a emerger un gemido ronco a la par que acuoso. El tiempo se detuvo a su alrededor, su cuerpo no respondía, el peligro la había envuelto por completo. De pronto lo notó, el tacto de una mano fría y descarnada que le envolvía la muñeca. Aquello fue suficiente, no necesitó nada más para propinarle a aquel ser un formidable puntapié en aquello que antes debió ser su espinilla. El individuo se tambaleó confundido, pero sin aparentar muestras de dolor alguno. Romina aprovechó este estado de confusión y solo necesitó un fuerte tirón para librarse de su captor. Esto le dio unos preciosos segundos para empezar a correr y no detenerse hasta llegar al recibidor de su bloque. Al llegar, abrió la puerta de un tirón y la cerró de un portazo haciendo que el ruido retumbase dentro de todo el edificio. Aquello solo había sido el principio del fin.

viernes, 25 de febrero de 2011

Capítulo 1

Un calor sofocante se había apoderado aquellos días de la ciudad, las calles se hallaban solitarias, los parterres de flores yacían mustios, las paredes sudaban y se desconchaban, y el asfalto ardía provocando un falso oasis en el lugar donde se posaban las miradas. Tórrido, abrasador, eran las palabras más acertadas para describir aquel panorama.

Las llamas no perdonaban a las almas, que escondidas en sus casas esperaban el crepúsculo, donde la suave brisa nocturna aliviaría su profunda sed. Luego llegaba la noche, precedida por la Luna. Esa Luna que amenazaba a todo ser vivo desde el firmamento, agresiva, aplastante; todo se veía pequeño a su lado, y las objetos adquirían un extraño brillo anaranjado, cuando no directamente sangriento.

Esta era una noche de sangre, así había sido desde hacía varios meses. La sangre hierve, el calor enloquece. Hay un zumbido molesto que amortigua cualquier otro sonido. La tensa calma que precede a la locura. Todos los supervivientes tienen armas en la mano. Todos están asustados.